miércoles, 20 de febrero de 2008

II


La complicada tarea de quererte recomienza a las seis cada mañana, se abraza a la almohada huyendo del despertador y busca un minuto más de tregua entre las sábanas antes de irse a la ducha. Es sencillo cuando me amagas un beso asomando la cabeza desde el sueño y, como si me buscaras, apartas telarañas con las manos y frunces el ceño al comprobar que tu beso se queda sin apoyo y que mi cuerpo se arrastra con arrítmica parsimonia hasta el baño. Es sencillo cuando decides que necesito un zumo para enfrentarme al mundo y te sorprendo, tras la ducha, en la cocina, inclinada sobre el frutero, destripando una naranja con un cuchillo gigantesco, aún medio dormida y con uno de los tirantes del camisón deslizándose brazo abajo e invitándome a aparcar el día. Es sencillo cuando, justo antes de cerrar la puerta de casa, te lo piensas mejor y te lanzas en mis brazos, con un salto prodigioso, empotrándome contra el ascensor, llevándote por delante mi maletín que a duras penas sí soporta el encontronazo sin abrirse. Pero todo se vuelve imposible en cuanto salgo del edificio y el frío me devuelve a la cruda realidad ganadera: mi vida es un engaño.


Lejos de ti, tengo que coger el metro y dos autobuses para llegar a Leganés, a Cárnicas Legazpi, el matadero donde trabajo desde hace seis años. Y mientras yo me desplazo incómodamente hacia el sur de Madrid, tú me crees en un apacible taxi medio atascado en algún lugar cerca del centro, repasando los balances del mes de enero. La diferencia de criterio geográfico se debe a que llegó un momento en el que me diste a escoger entre el matadero y tú -harta, al parecer, del insoportable olor que llevaba a casa impregnado en los dedos y en las camisas y en el ánimo- y no fui capaz a decidirme: está claro que no puedo vivir sin ti, pero no me gustan los cambios y me dan miedo las sorpresas y no soy decidido ni valiente, no confío en mis posibilidades, ni en mis ansias de superación, ni en mis instintos. Hubo broncas, disgustos, peleas, breves reconciliaciones, una larga y tediosa labor de zapa -por tu parte- y poca historia: ambos sabíamos que antes o después cedería y te haría caso.


Durante un par de meses me familiaricé con las páginas en sepia de los periódicos dominicales e incluso hice un par de entrevistas imaginarias. Al final me salió una falsa oferta en firme de una empresa papelera: el puesto, de comercial, no valía gran cosa, pero el sueldo era similar (más un doce por ciento de comisión por ventas) y tú parecías encantada. Así que, desde entonces, he cambiado el chándal por los trajes de raya diplomática y el bocata de chorizo de pamplona por doce euros para comer el menú del día en cualquier sitio (ahora nos lo podemos permitir, cariño, con lo que nos ahorramos en detergente). Incluso le inventé un nombre coqueto a la par que resultón, Papeleras Caducifolias: nos deshojamos para que usted pueda contarlo.

Creo que la gente del metro se huele algo, noto cierto recelo por las mañanas, alguna mirada de reojo: el africano de los cajones con relojes sospecha, seguro, y no sé si algún otro también. El caso es que me bajo una parada antes de Atocha, paso por la lavandería, recojo mi ropa de faena y termino en los baños de la estación donde me cambio como un vulgar superman de lo cárnico. A la vuelta repito el trayecto, inversamente, sumándole además una breve visita al gimnasio para pegarme un buen baño de desinfección y devorolor. Total, que entre la lavandería, el menú, el gimnasio y lo que gasto en rotuladores y libretas (me gusta llegar a casa con algún regalo como sacado de la empresa, un nuevo tipo de folios en promoción o la goma definitiva contra la tinta de bolígrafo), estoy que no llego a fin de mes. Necesito confesar pero necesito más no perderte: no me gustan los cambios, qué le vamos a hacer.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

La primera vez que lo leí no hice ningún comentario; ahora sí, necesitaba un segundo encuentro. El primer párrafo es grandioso y la frase que lo inaugura, sinceramente me encanta: "La complicada tarea de quererte recomienza a las seis cada mañana(...)"
Preciosa mentira, querido. Lástima que sus sentimientos no resulten ser tan extraordinarios como su gesto.
Te lee fielmente, S.

Anónimo dijo...

Estoy con "anónimo", maravillosa frase de inicio.
Escribes realmente bien. Creo que te visitaré a menudo.
Saludos.

Anónimo dijo...

Insisto: la segunda persona te estiliza la silueta.
Desde la ventana del décimo piso, sigo observando...

annabel dijo...

Ese, es literatura, no está hablando de ti, tampoco creo que sea tan difícil entender ese detallillo, ¿no?
¿Ó si?

Bueno, Such, estoy harta de hacer cutres-blogs, meterme en fregaos por tenerlos, me descentro aún más y empiezo a cansarme, en serio.

La difícil tarea de quererte... me importa un carajo, caray, que me equivoqué, que vale, que lo mismo te importo una mierda, pero no sé por qué extraña razón, tú a mi me importas.

Será mi inaudita lealtad extraña.
No me involucro sentimentalmente ahora, es posible que en otro momento puede que algo sí, pero mi coco vuelve a su lugar de origen,
no lo dudes, y me gustaría ser tu amiga, me llenabas y no es fácil para mi encontrar a alguien así.

Y te eliminé por tu ambiguedad, ojo, y cierto distanciamiento, pero no muerdo ni nada de eso.

Em fin, sin más dilación, ese cutre blog, no creo que resista más de una semana, y es la última vez que te pido perdón.
No soy un coñazo... Pues hala, si quieres te agrego, si no, podré superarlo, imbécil :)

P.D. Sobre todo para dejar de tener blog, valgamedios y valgamedios...

Amistad... divino tesoro. ¿A ti te gustan chulillas, no?